Manuel Moyano-Pacheco [Doctor en Psicología. Premio Extraordinario de Doctorado por la Universidad de Granada (2011). Premio de investigación Leocadio Martín Mingorance en Ciencias Sociales y Jurídicas por la Universidad de Córdoba (2015). Funcionario de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía. Profesor asociado en la Universidad de Córdoba. Ha sido investigador en proyectos financiados, entre otros, por Unión Europea, START Center, Ministerio de Defensa o Ministerio de Educación]
Trabajo presentado originalmente en el III Encuentro Nacional de Profesionales, Familiares y Ex Miembros de Sectas, celebrado en Málaga los días 3 y 4 de marzo de 2017.
La radicalización violenta es un tópico de permanente actualidad. En los últimos años se han hecho patentes numerosos incidentes críticos violentos con motivaciones ideológicas de diferente tipo, requiriendo este problema social un abordaje prioritario e integral. Asimismo, la percepción del riesgo también se ha visto acrecentada debido al impacto mediático del terrorismo y la violencia política. Desde las ciencias sociales en general, y desde la psicología, en particular, comprender el fenómeno de la radicalización y el terrorismo es un requisito previo para prevenir la violencia, pero también para reintegrar a aquellos individuos que han caído bajo la influencia de grupos violentos, los cuales suelen poner el foco de sus dinámicas de captación y reclutamiento en personas vulnerables. Pero, ¿cómo podemos lograr esto? En el presente artículo se realiza una aproximación tratando de dar respuestas a diez preguntas de interés para profesionales de la seguridad y la intervención social, así como para familiares de personas en riesgo de radicalización. Son las siguientes: (1) ¿qué es la radicalización violenta?; (2) ¿existe un único perfil de radicales y terroristas?; (3) ¿qué papel tiene la psicopatología?; (4) ¿por qué es necesario atender a los factores contribuyentes a la radicalización violenta?; (5) ¿cuál es el papel del grupo?; (6) ¿qué nos aporta la epidemiología?; (7) ¿qué evidencias existen sobre las medidas antiterroristas adoptadas?; (8) ¿en qué se parecen grupos radicales y sectas?; (9) ¿por qué es importante prevenir?; y, por último, (10) ¿qué pueden hacer las familias y la red de apoyo?
¿Qué es la radicalización violenta?
El concepto de radicalización violenta guarda algunas semejanzas con otros términos, algo que estimula la confusión. No obstante, podría definirse como un proceso donde se produce un incremento de cogniciones, emociones y comportamientos de carácter violento en apoyo al conflicto intergrupal, generalmente basado en una ideología que le da cobertura (McCauley y Moskalenko, 2008; Moyano y Trujillo, 2013). Todo apunta a que la radicalización es un paso previo a la comisión de actos violentos, aunque por supuesto, no todos los radicales llegarán a ejecutarlos. Esto implica que, aunque se asume que la radicalización es un primer paso necesario, el hecho de radicalizarse no conlleva necesariamente violencia. También podemos afirmar que la radicalización es un proceso más que un estado y, que en este proceso, los factores psicosociales desempeñan un papel muy relevante.
¿Existe un único perfil de radicales y terroristas?
Actualmente, tanto en los medios de comunicación social como en el conocimiento lego están muy extendidos diferentes mitos que conviene desmontar. Uno de ellos es la existencia de un perfil estandarizado de radicales y terroristas. Sin embargo, después de revisar sistemáticamente la bibliografía disponible se puede concluir que existen variedad de perfiles personales, educativos y socioeconómicos (Horgan, 2004; Victoroff, 2005). Por lo tanto, parece difícil defender la existencia de un perfil único y consistente que identifique quién puede ser vulnerable a la radicalización teniendo en cuenta exclusivamente datos sociodemográficos, económicos, geográficos, educativos o laborales. Todo apunta a que en el análisis de la radicalización y el terrorismo es más productivo centrarse en los procesos psicosociales que llevan a la radicalización violenta que poner el foco en los perfiles de autor (Horgan, 2008; Moyano y Trujillo, 2013).
¿Qué papel tiene la psicopatología?
A la mayoría de las personas les resulta difícil comprender cómo una persona puede estar dispuesta a morir por una causa dejando un reguero de muertos inocentes en su camino. De hecho, popularmente, es habitual referirse a radicales violentos y terroristas como unos “locos”. Sin embargo, el apoyo científico a la hipótesis de que la psicopatología explica la radicalización violenta es bastante limitado (Atran, 2003; Victoroff, 2005). Hasta el momento no hay evidencias sobre la existencia de lo que podría denominarse como una personalidad “terrorista”. Además, como ya hemos expuesto, los análisis biográficos disponibles sobre miembros de grupos terroristas dejan constancia de una diversidad de perfiles. No obstante, sí es plausible que ciertas variables psicológicas puedan ser factores contribuyentes. Así, se han encontrado evidencias empíricas sobre algunas características psicológicas frecuentes, entre las que podemos citar la falta de empatía con las víctimas, su desinhibición a la violencia, su utopismo, una percepción polarizada de la realidad social, así como el extremismo ideológico (Moyano y Trujillo, 2013). Sin embargo, estos hallazgos deben ser matizados y analizados con cautela hasta que existan más evidencias empíricas al respecto.
¿Por qué es necesario atender a los factores contribuyentes a la radicalización violenta?
La radicalización violenta es un proceso complejo, muldimensional y en el que numerosas variables pueden estar implicadas como factores contribuyentes. Por tanto, el análisis de este proceso debe hacerse teniendo en cuenta la intersección de numerosas variables psicosociales (Kruglanski et al., 2014; Moyano y Trujillo, 2013). Para profundizar en este ámbito es necesario operacionalizar conjuntamente factores cognitivos, conductuales, emocionales, así como aspectos étnicos, sociales y culturales. Al igual que ocurre con otro tipo de procesos psicosociales tendríamos que asumir que existen una serie de factores de riesgo y otra serie de factores de protección.
¿Cuál es el papel del grupo?
En general, existe cierto consenso en que el grupo social de referencia desempeña un importante papel en los procesos de radicalización. En términos epidemiológicos constituiría un vector que podría permitir la expansión de ideologías radicales, especialmente en personas vulnerables. Así, los potenciales reclutas, antes de asumir totalmente un compromiso ideológico con una organización y estar incluso dispuestos a la acción violenta deberían estar integrados en algún tipo de realidad compartida con otras personas y miembros de un círculo próximo. Además, la pertenencia (real o percibida) a un grupo radical o a una organización terrorista puede cubrir ciertas necesidades vitales al ofrecer sentido de pertenencia, un propósito, la oportunidad de vengarse por las humillaciones percibidas y la posibilidad de inhibir psicológicamente la responsabilidad moral de los posibles actos violentos hacia un exogrupo.
¿Qué nos aporta la epidemiología?
La metáfora epidemiológica ha sido usada por Stares y Yacoubian (2006) en el estudio del terrorismo. En su propuesta, el agente externo se refiere a la ideología radical; los anfitriones son las personas susceptibles de ser radicalizadas; el medio ambiente se refiere a los factores específicos que favorecen y promueven la exposición a una ideología violenta (conflicto, opresión política, dificultades económicas o alienación social); y, por último, los vectores se refieren a la variedad de medios que son utilizados para propagar la ideología y que suelen estar asociados a una agenda política. Algunos de estos vectores serían Internet, la televisión, entornos urbanos y las redes sociales. Según estos autores, la aproximación epidemiológica puede tener algunas ventajas en el abordaje de este problema social. Primero, porque permite que se realicen preguntas con aplicaciones prácticas, tales como cuáles son los orígenes, los contextos geográficos y sociales donde la “enfermedad” se concentra, cómo se transmite la misma o quiénes son más susceptibles a la “infección”. Segundo, porque se reconoce que las “enfermedades” surgen y evolucionan como resultado de un complejo proceso interactivo entre las personas, los agentes patógenos y el medio ambiente. Y, por último, porque permite que los responsables de la política antiterrorista reconozcan que el éxito en afrontar la epidemia (en este caso la radicalización violenta y el terrorismo) es el resultado de un cuidadoso y sistemático esfuerzo para afrontar cada uno de sus elementos constituyentes.
¿Qué evidencias existen sobre las medidas antiterroristas adoptadas?
Aunque en la última década se ha avanzado mucho, la investigación sobre radicalización y el terrorismo tiene importantes carencias. Lum, Kennedy y Sherley (2008) realizaron una revisión sistemática al respecto y encontraron que existe una ausencia casi total de evidencia sobre la eficacia de las intervenciones que se realizan, concluyéndose, por tanto, que la política antiterrorista no está basada en la evidencia. En la actualidad, puede considerarse un reto dotar a la investigación sobre la radicalización y el terrorismo de rigor y sistematicidad. En comparación con otros tipos de violencia criminal, el terrorismo supone un importante desafío en lo que a la recopilación de datos empíricos se refiere. Se necesitan, por tanto, investigaciones empíricas que acomoden la multiplicidad de factores que entran en juego para que, llegado el momento, se pueda disponer de un plausible y contrastable marco teórico-conceptual (Moyano y Trujillo, 2013).
¿En qué se parecen grupos radicales y sectas?
Una pregunta que ha estado siempre presente en la investigación sobre radicalización y terrorismo es hasta qué punto se dan procesos de abuso y manipulación psicológica en el seno de ciertos grupos violentos. Esta perspectiva nos remite a los procesos de lavado de cerebro, reforma del pensamiento, control mental, abuso psicológico grupal y persuasión. Aunque cada concepto enfatiza aspectos diferentes, todos hacen referencia a cómo las personas cambian de actitudes, pierden de forma más o menos consciente sus niveles de autonomía psicológica e independencia personal, se moldea su pensamiento y se manipula su voluntad. Desde ese prisma, Rodríguez-Carballeira y colaboradores (2009) han apuntado que en los grupos terroristas pueden darse una serie de presiones coercitivas como las siguientes: (1) aislamiento; (2) control y manipulación de la información; (3) control de la vida personal; (4) abuso emocional; (5) adoctrinamiento en un sistema de creencias absoluto y maniqueo; y (6) imposición de una autoridad única y extraordinaria (Rodríguez-Carballeira, Martín-Peña, Almendros, Escartín, Porrúa y Bertacco, 2009). En uno de los escasos trabajos empíricos al respecto, Trujillo, Ramírez, y Alonso (2009) evaluaron dos indicadores de manipulación psicológica en el adoctrinamiento y la radicalización violenta de un grupo de terroristas yihadistas en España: la persuasión coercitiva y el abuso psicológico grupal. Para ello utilizaron la documentación de la sentencia judicial de la Audiencia Nacional española referida a la Operación Nova I, II y III. Los resultados de esta investigación pusieron de manifiesto el uso por parte de ciertos líderes terroristas de dinámicas de manipulación psicológica que podrían favorecer el reclutamiento, el adoctrinamiento y la radicalización violenta de las personas lideradas.
¿Por qué es importante prevenir?
Nuestras sociedades, caracterizadas por la complejidad y la globalización, requieren estrategias de gestión del riesgo centradas en la prevención. Esto implica anticiparse, diagnosticar, prepararse y responder a la radicalización violenta y el terrorismo lo antes posible. La formación de las jóvenes, la colaboración ciudadana, el fomento de la cohesión social, la adaptación del marco jurídico a las nuevas amenazas, la presión policial y de los servicios de inteligencia y el fortalecimiento de la cooperación y las relaciones internacionales son sólo algunos de los ejes en los que es necesario seguir profundizando.
¿Qué pueden hacer las familias y la red de apoyo?
La red de apoyo social más cercano y los profesionales (psicólogos, educadores, trabajadores sociales) pueden intervenir de forma temprana para ayudar a la persona a abandonar ideologías violentas (Bélanger et al., 2015). Algunos de los aspectos que conviene tener en cuenta para potenciar cambios psicosociales en las personas radicalizadas son los siguientes: (1) detectar sus necesidades, objetivos y expectativas con el fin de poder darles respuesta mediante medios alternativos a la violencia; (2) fomentar redes de apoyo social que no estén asociadas con el grupo violento de referencia; (3) mantener líneas de comunicación abiertas, estables y honestas; (4) fomentar la participación en actividades de ocio saludable; (5) ofrecer visiones del mundo alternativas a las que promueve la ideología violenta con el fin de provocar disonancia cognitiva; (6) promover la adopción de un discurso respetuoso hacia personas con la diversidad de personas y creencias existentes; (7) ejemplificar que pueden existir medios pacíficos para lograr objetivos político-religiosos y, por último, (8) demandar ayuda profesional en caso de que sea necesario.
Referencias
Atran, S. (2003). Genesis of suicide terrorism. Science, 299, 1534-1539.
Bélanger, J. J., Nociti, N., Chamberland, P.-E., Paquette, V., Gagnon, D., Mahmoud, A., Carla, L., Lopes M., y Eising, C. (2015). Building a Resilient Community within a Multicultural Canada: Information Toolkit on Violent Extremism. Université du Québec à Montréal.
Horgan, J. (2008). From Profiles to Pathways and Roots to Routes: Perspectives from Psychology on Radicalization into Terrorism. The Annals of the American Academy of Political and Social Science, 618, 80-94.
Kruglanski, A. W., Gelfand, M. J., Bélanger, J. J., Sheveland, A., Hetiarachchi, M., y Gunaratna, R. (2014). The psychology of radicalization and deradicalization: How significance quest impacts violent extremism. Political Psychology, 35, 69-93.
Lum, C., Kennedy, L., y Sherley, A. (2008). Is counter-terrorism policy evidence-based? What works, what harms, and what is unknown. Psicothema, 20, 35-42.
McCauley, C., y Moskalenko, S. (2008). Mechanisms of Political Radicalization: Pathways Toward Terrorism. Terrorism and Political Violence, 20, 415-433.
Moyano, M., y Trujillo, H.M. (2013). Radicalización islamista y terrorismo. Claves psicosociales. Granada: Editorial Universidad de Granada.
Rodríguez-Carballeira, A., Martín-Peña, J., Almendros, C., Escartín, J. Porrúa, C., y Bertacco, M. (2009). Un análisis psicosocial del grupo terrorista como secta. Revista de Psicología Social, 24, 183-195.
Stares, P.B., y Yacoubian, M. (2006). Unconventional approaches to an unconventional threat: A counter-epidemic strategy. En K.M. Campbell y W. Darsie (Eds.), Mapping the jihadist threat: The war on terror since 9/11. A report of the Aspen Strategy Group (pp. 85–98). Queenstown, MD: The Aspen Institute.
Trujillo, H.M., Ramírez, J.J., y Alonso, F. (2009). Indicios de persuasión coercitiva en el adoctrinamiento de terroristas yihadistas: hacia la radicalización violenta. Universitas Psychologica, 8, 721-736.
Victoroff, J. (2005). The mind of the terrorist. A review and critique of psychological approaches. Journal of Conflict Resolution, 49, 3-42.