El aspecto psicológico del agresor en una relación de acoso: diferencias de contexto

Lucía Diez de la Riva. Psicóloga especializada en el diseño y crecimiento de empresas del sector creativo (UNED, UNIR y Red de Industrias Creativas): Miembro de la AIIAP. Ha desarrollado su profesión durante más de diez años orientando y acompañando procesos de transformación de personas y organizaciones lo que le ha llevado en la actualidad, a iniciar su labor investigatoria poniendo foco sobre el impacto del contexto en el aspecto psicológico del agresor dentro de una relación de acoso.

Trabajo presentado originalmente en el VII Encuentro Nacional de Profesionales, Familiares y Ex Miembros de Sectas, celebrado en Logroño los días 4 y 5 de marzo de 2022.

El acoso inunda todas las esferas de las relaciones interpersonales por las que nos movemos en nuestra vida diaria. Hasta el momento, la mayoría de las investigaciones han tratado de dar respuesta a este problema asociando el perfil del agresor a un único dominio. Sin embargo, se observa que, aunque las personas que practican el maltrato y la violencia para establecer vínculos afectivos con el otro reúnen ciertos rasgos psicológicos tendentes a la estabilidad, según el ámbito donde la desempeñan, su forma de actuar y pensar difiere o varía en forma y modo.

1. EL AGRESOR

El agresor es una figura que se asocia de manera muy estrecha a los trastornos de personalidad, aunque no se puede afirmar con seguridad que todas las personas que adolecen de alguna enfermedad de esta índole actúen como acosadores en los diferentes entornos en los que interactúa con el resto de los individuos. Por consiguiente, se presentan aquí las variables psicológicas más habituales encontradas en estos tipos de personas bajo tres perspectivas (psicológica, psicoanalítica y psiquiátrica) su origen y por último y a modo de síntesis, una descripción general de su perfil psicológico.

Características psicológicas generales

Diferentes autores han tratado de categorizar la personalidad de este tipo de sujetos como, por ejemplo, antisocial (Adams y Crawford, 1992), narcisista (Hirigoyen, 1999), psicopática integrada o subclínica (Pozueco, 2010) e incluso, como mediocridad inoperante activa (González de Rivera, 2002). Además, se les atribuye rasgos paranoides, a pesar de que, sólo compartan ciertas características con este tipo de personalidades.

Con relación a los caracteres antisociales, conviene recordar que manifiestan reacciones agresivas desorbitadas en comparación a los estímulos que las provocan al ser de carácter inadaptado y psicopático (Pastor, 1994). Sin embargo, aunque entre las personas violentas existe una proporción más significativa de psicópatas y neuróticos que en la población normal (Conger y Miller, 1966), no se puede asumir la agresividad como característica exclusiva de este perfil de personas.

Asimismo, Gallo (1998) apunta una tendencia a la neurosis en el agresor que desemboca en una ambigüedad afectiva e impacta de manera directa en las relaciones básicas íntimas. El agresor tiene dificultades para desenvolverse en esta circunstancia por lo que termina disociándose bajo la forma de odio al enemigo y de amor al prójimo. Este síntoma es significativo de una neurosis obsesiva, donde es frecuente encontrar un conflicto entre querer ser racionalmente comprensivo y un impulso a ser caprichoso, competitivo, desafiante y agresivo con los más cercanos. Puede ser un precedente clínico favorable al desarrollo de conductas de maltrato psicológico puesto que, el obsesivo suele exigirle a su entorno familiar el establecimiento de una alianza para confirmarlo en su fortaleza imaginaria.

De otra cara y bajo la perspectiva del psicoanálisis, Hirigoyen (2001) cataloga al agresor bajo un espectro narcisista otorgándole los siguientes atributos psicológicos:

  1. Perversión: es entendido como una persona malvada que siente la necesidad de realizar un intercambio de papeles con su víctima; le roba su buena imagen y le otorga la suya propia de peor calidad.
  2. Complacencia frente el sufrimiento del otro: le resulta muy satisfactorio contemplar cómo su víctima siente humillación y vergüenza.
  3. Ausencia de arrepentimiento: es despiadado y no tiene la capacidad de sentir emociones como la culpa.Baja autoestima: trata de aumentar el valor de su autoconcepto atacando a su víctima y así tratar de eliminar su complejo de inferioridad frente al resto.Carencia de empatía: no sabe entender la emocionalidad y las sensaciones del otro, es decir, es incapaz de “ponerse en el lugar de”.
  4. Negación o evasión de la evidencia: es la forma que tiene de defenderse frente a la realidad.
  5. Proyección: otro mecanismo de protección frente a posibles situaciones en las que se pueda ver descubierto es atribuir sus propios errores a la víctima
  6. Seductor: atrae, provoca fascinación con su presunta seguridad y aplomo. Es encantador y afable.

De cara a perfilar la personalidad narcisista, conviene realizar el encuadre bajo la clasificación del DSM 5 (American Psychiatric Association, 2013), en el que se indica que, al menos deben expresarse cinco de las siguientes manifestaciones:

  • Ideas de grandiosidad
  • Fantasías de éxito ilimitado y poder
  • Autopercepción de singularidad y originalidad
  • Necesidad excesiva de ser admirado
  • Percepción de ser imprescindible (se le debe todo)Tendencia al abuso a la hora de vincularse con el otro
  • Ausencia de empatía
  • Envidia
  • Arrogancia

En cuanto a los psicópatas subclínicos, se les cataloga como sujetos que reúnen todas las particularidades de la psicopatía, pero no manifiestan comportamientos delictivos (Pozueco et al. 2013). Ya en 1941, el psiquiatra estadounidense Hervey M. Cleckle estableció 16 criterios para identificarlos:

  1. Encanto superficial y gran capacidad intelectual
  2. Ausencia de pensamientos paradójicos y alucinaciones
  3. Carencia de expresiones psico-neuróticas
  4. Escasa habilidad para establecer vínculos de confianza
  5. Uso de la mentira
  6. Carencia de emociones como la vergüenza y el remordimiento
  7. Comportamiento antisocial
  8. Falta de autocrítica
  9. Egocentrismo patológico
  10. Déficit de lazos afectivos básicos
  11. Reflexivo
  12. Falta de empatía para con el otro
  13. Conductas molestas e irritantes
  14. Advertencias de intentos de suicidio falsas
  15. Vida sexual aséptica y variable
  16. Inexistencia de proyecto vital

En último lugar y, bajo el enfoque psiquiátrico, se encuentra la siguiente descripción de las características psicológicas del agresor (González de Rivera, 2005):

  1. Perfil narcisista: tiene un gran sentido de grandeza y asume que es único y singular, merecedor de un statu quo a la altura de su persona.
  2. Paranoidismo: le inunda una gran sensación de desconfianza para con los otros. Tiene facilidad para anticipar de qué manera, cómo van a actuar y cuál va a ser la respuesta del resto de los individuos que, según él, quieren infringirle algún tipo de daño. Además, es egocéntrico, observador y frío.
  3. Envidia: suele presentar una personalidad celopática y ha de cubrir la necesidad de obtener aquello que no posee, quitándoselo al otro.
  4. Controlador: no tiene tolerancia a la incertidumbre que puede presentar un escenario futuro, aunque sea inmediato.
  5. Mediocridad inoperante activa: considera que su víctima está hueca y sin grandes cualidades en el sentido en que se muestran vacías y malvadas. Busca la fama y el influjo entre los demás.

Esta presencia de trastornos de personalidad en los agresores ha contribuido al establecimiento de otras clasificaciones como, por ejemplo, las categorías de personas maltratadoras realizada por Fernández-Montalvo (2009):

  • Personas machistas
  • Inestables emocionalmente y dependientes
  • Adictos a sustancias tóxicas
  • Hombres con un desorden mental que obtienen placer pegando o que, al menos, no tienen inhibiciones para hacerlo

Por último, María José Edreira (2003) ofrece una radiografía aproximada del perfil psicológico de un agresor que, de manera general, refleja los siguientes aspectos:

  1. Carencia de empatía: sin posibilidad de ponerse en el “lugar del otro”, y a pesar de su egocentrismo busca el apoyo de los demás. Carece de sensibilidad, no se deprime y no experimenta sentimientos auténticos de duelo o tristeza. Al relacionarse, entiende a la otra persona como una amenaza.
  2. Irresponsabilidad: manifiesta limitaciones muy altas en la toma de decisiones cotidianas y necesita delegar esa responsabilidad en otras personas. Sus herramientas para protegerse son: la proyección, la negación de la realidad y la atribución externa de la culpa. Tiene consciencia de su falta de sentimientos y los simula delante los demás. A pesar de no sentir culpa y entenderse como culpable, posee una gran habilidad en la manipulación de dicho sentimiento hacia y en los demás.
  3. Mentira compulsiva y sistemática: suele llevar una doble vida y reinventa su privacidad haciéndose pasar por víctima. Trata de fingir las características necesarias para ganarse la confianza de los demás en todos los ámbitos de su vida. Muestra una imagen de buena persona. La mentira que desarrolla suele ser de grandes dimensiones y descarada.
  4. Megalomanía y discurso mesiánico: se sitúa como referencia del bien y del mal con un discurso cargado de moralidad y exhibe valores intachables. Posee una gran retórica siendo, sin embargo, su discurso muy abstracto. Le cuesta ser concreto.
  5. Encanto personal: se relaciona a través de la seducción. Es percibido como una personalidad encantadora, de ahí la reacción de asombro de su entorno cuando es descubierto.
  6. Vampirismo y estilo de vida parasitario: siente una envidia intensa hacia los que parecen poseer las cosas que él no posee, especialmente a aquellas personas que saben disfrutar de la vida. Mantiene una actitud o visión global pesimista frente a su existencia. La manera que tiene de compensar su déficit de autoestima es denigrando a sus víctimas y poniendo en valor sus propias cualidades.
  7. Paranoia: a través del arte de la seducción se hace con el poder. Si con ello no fuera suficiente, es probable que ejerza algún tipo de violencia física, lo que produce un desequilibro de carácter paranoico. Los perversos están alerta y preparados para el ataque evitando así ser agredidos. Se identifica en ellos el carácter proyectivo típico de la paranoia: busca que las personas que actúan como espectadores lo asuman como víctima de las personas sobre las que dirige toda su hostilidad, violencia y mal trato.
  8. Manipulación consciente: no lo hace de manera azarosa. Para ello, suele llevar a cabo un proceso de dos fases: una primera fase de estudio y evaluación y una segunda, de manipulación y confrontación.

Bajo esta mirada, se puede concluir que la sensación de incongruencia percibida les impulsa a hacer desaparecer de su ambiente todas las amenazas, haciéndolo de manera reiterada a lo largo de toda su vida y perfeccionando su técnica de acoso.

Ahora bien, cualquier sujeto puede comportarse como un agresor. Los rasgos descritos se manifiestan en casi todas las personas (deseos de admiración, baja tolerancia a las opiniones externas y egoísmo) y no por ello, se pueden clasificar como rasgos patológicos. Cualquier persona ha manipulado a otra con el fin de alcanzar un beneficio. Lo que diferencia a un sujeto normalizado de otro agresor es que, en el caso del primero, estas conductas, emociones y sensaciones tienen un carácter eventual sentimientos son únicamente reacciones pasajeras que, por otro lado, les producen arrepentimiento y tristeza (Hirigoyen, 1999).

Es habitual entender los comportamientos violentos y de malos tratos como rasgos estables de la personalidad de igual manera que sucede con la inteligencia. Diferentes trabajos científicos arrojan la suficiente evidencia empírica que apoya la hipótesis de que los sujetos agresores tienden a comportarse de manera estable e insidiosa, sugiriendo la existencia de variables de personalidad asociadas a este tipo de conductas (Dodge et al., 1990; Olweus, 1998).

Perfil psicológico del agresor según el ámbito de actuación

El proceso por el que se desencadena la violencia se puede encontrar en todas las esferas de los vínculos interpersonales, en primer lugar, la privada, en segundo lugar, la social (la escuela y el trabajo) y en tercero, la más pública (lo político y lo legislativo). En cada una de ellas, se encuentra el agresor.

Ámbito familiar

Antes de comenzar a describir las tipologías de acosadores, conviene recordar que, en este entorno, la violencia la ejecutan tanto adultos como menores e incluso, establecen alianzas y dirigen sus actos violentos de manera conjunta a un tercero.

Según Torres et al. (2013) la búsqueda de una clasificación tipológica de este tipo de agresores en un ambiente íntimo se realizó en dos períodos: una primera época durante la década de 1980 en la que “los esfuerzos se centraron en la búsqueda de los elementos comunes que diferenciaban a los hombres maltratadores de aquellos no lo eran” (p. 11) y una segunda etapa a partir de la década de 1990 centrada en estudiar las diferencias entre los distintos perfiles de agresores. A pesar de que no hay un criterio común sobre las tipologías de los agresores en el ámbito doméstico, si cabe destacar al menos 3 clasificaciones generales.

En primer lugar, Dutton (1988) realizó una distinción de tres tipologías de agresores en base a su comportamiento:

  1. Los hipercontroladores, se caracterizan por elevados niveles de frustración y resentimiento que se traduce en la utilización de la violencia, la dominación y el aislamiento hacia su pareja.
  2. Los emocionalmente inestables, mantienen relaciones cíclicas en la relación de pareja donde se suceden episodios de tensión, explosión y arrepentimiento.
  3. Los antisociales, que utilizan la violencia como herramienta para resolver los conflictos.

En segundo lugar, Holtzworth y Stuart (1994) en base a la psicopatología del maltratador, la persona o personas de su entorno más cercano contra quién ejercen las conductas violentas y el tipo de violencia que perpetran, determinan tres tipos de categorías:

  1. Maltratadores solo en la familia (FO), se caracterizan por una menor presencia de psicopatología, menor severidad en las conductas violentas y presentan estrés o ira, manteniendo, sin embargo, una actitud positiva hacia las mujeres.
  2. Maltratadores “disfóricos” o “borderline” (DB), ejercen una violencia de tipo grave sólo a la pareja, con presencia de abuso de alcohol y/o drogas, presentando dificultades para controlar la ira, dependencia y rasgos celópatas.
  3. Maltratadores generalmente violentos o antisociales (GVA), los cuales cuentan con un historial extenso de comportamientos violentos, con abuso de alcohol y/o drogas y siendo más propensos a presentar trastornos de personalidad antisociales. Entienden la violencia como una herramienta aceptable y la utilización de esta hacia su pareja es una extensión más de su uso, mostrando con mayor frecuencia exposiciones de violencia en su familia de origen.

En tercer y último lugar, Gottman et al. (1995) clasificaron a los agresores en dos grandes grupos:

  1. Maltratadores “cobra” o tipo 1, que son hombres con un elevado uso de la violencia, antisociales y con alta probabilidad de presentar adicciones.
  2. Maltratadores “pitbull” o tipo 2, que se caracterizan por presentar elevada ira, utilización impulsiva de la violencia, presencia de trastornos de tipo borderline y dificultad para expresar las emociones.

Además de estas tres clasificaciones, las más utilizada es la que esbozó Castellano junto a su equipo en 2004. Tras una valoración psicológico-psiquiátrica, analizando la presencia o ausencia de trastornos mentales, el abuso de sustancias, la personalidad y la actitud de la mujer ante la violencia que sufría, distinguiendo los siguientes tipos:

  1. Hombre con perfil ajustado al eje del neuroticismo: presenta características como ser joven, emocionalmente introvertido, inseguro y dependiente con un alto nivel de ansiedad.
  2. Maltratador fásico: hombres con inestabilidad emocional, extrovertidos, con tendencia a la ansiedad y estado de ánimo inestable.
  3. Maltratador psicótico: presentan baja afectividad, alejamiento emocional, dureza de carácter, alta autoestima e independencia y una elevada preocupación por su imagen social.
  4. Maltratador de denuncia tardía: hombres cuya edad supera los 55-60 años y con un comportamiento tradicional-patriarcal. La actitud reivindicativa de la pareja provoca que el agresor reacciones con dominación, orgullo y agresividad.
  5. Maltratador que abusa de alcohol/drogas: se distinguen tres subtipos de agresores: el “bebedor cultural” (llega a casa bebido lo que puede derivar en una agresión física), “bebedor excesivo” (las agresiones son más frecuentes y a edades avanzadas puede suponer un bajo control de los instintos y conductas de tipo explosivas) y el subtipo de “consumidor de drogas” (presentan impulsividad y la generación de un estado de primitivismo).

Finalmente, se debe mencionar la clasificación realizada por Muñoz y Echeburúa (2016) en base a la motivación para ejercer violencia contra la pareja. Según estos autores, el agresor ejerce la violencia doméstica por razón de género, por compensación (haciendo referencia a los agresores que presentan baja autoestima y mal autoconcepto), por inhabilidad en el afrontamiento de conflictos de pareja, por inaceptación de la ruptura de pareja, por venganza post ruptura y los que ejercen violencia debido a que presentan un trastorno mental.

En último lugar, cabe señalar qué efectos sufren los agresores en el ámbito intrafamiliar debido a su comportamiento violento:

  • A corto plazo, y mientras ejerce los malos tratos, la consecuencia principal es el sometimiento de sus lazos afectivo-familiares a un grado muy elevado de deterioro y distorsión aumentando la probabilidad de que en futuro se rompan.
  • A largo plazo, que presente cuadros depresivos, cronificación del consumo de sustancias, etc.

Ámbito escolar

En este círculo lo más habitual es que las agresiones vengan de parte de un menor, aunque existen circunstancias en las que quien cumple el acosador es un adulto.

Fue Olweus en 1998, quien realiza una diferenciación de tres tipologías de agresor en base a su grado de implicación en el proceso:

  1. El agresor activo, realiza un ataque personalizado y desde la esfera de lo íntimo, estableciendo relaciones directas con su víctima.
  2. El agresor social-indirecto, que busca el acompañamiento de sus seguidores, instigándoles a la reproducción de sus actos de maltrato.
  3. Los agresores pasivos, suelen adoptar un papel de observadores sin llegar a participar activamente en la agresión.

Cabe destacar que, el agresor dentro del contexto escolar suele presentar un repertorio básico de conductas que facilita el desarrollo de estrategias con un marcado carácter violento (Subijana, 2007). Este tipo de perfiles, a pesar no gozar de una gran popularidad entre sus compañeros, es capaz de establecer ciertos vínculos de confianza con alguno de ellos, consiguiendo así un grupo de amigos que apoyarán y acompañarán cualquier proceso de acoso que pudiese llevar a cabo.

Las particularidades psicológicas que definen a este tipo de individuos y suelen verse incrementadas con el paso del tiempo, son:

  • Abuso de la fuerza
  • Gran impulsividad
  • Ausencia de control de la ira
  • Pocas habilidades sociales
  • Alto grado de sesgos de hostilidad frente a la autoridad
  • Escasa tolerancia a la frustración
  • Conductas poco normativas
  • Grandes dificultades para establecer lazos con personas adultas
  • Bajo rendimiento académico
  • Falta de autocrítica

Además, diferentes autores ven necesario incluir dos particularidades más; por un lado, la falta de empatía producida por las grandes dificultades que tiene el agresor para identificar los sentimientos y emociones de su víctima y por otro, la ausencia de culpa que le empuja a cruzar los límites morales sin ningún tupo de pudor (Sevilla y Hernández, 2006). Además, siguiendo a Olweus (2006) si el maltratador acusa alguna psicopatología relacionada con los trastornos de la personalidad, disfrutará del dolor que causa en la persona agredida.

En esta dirección, Sullivan (2005), establece otro tipo de categorización:

  1. El acosador inteligente: trata de esconder su personalidad amenazante, goza de buena fama, saca buenas notas, es admirado y de manera habitual ejerce de líder consiguiendo que el grupo quede bajo sus órdenes. Sus intereses son totalmente egoístas, confía en sí mismo y carece de empatía. No da importancia a los sentimientos del resto y muestra una actitud arrogante. Tiene un gran influjo sobre compañeros y profesores, son más sociables que las personas que escogen como víctimas.
  2. El acosador poco inteligente: en contraposición al primero, destaca por su mal comportamiento y poco normativo y no enmascara su carácter intimidatorio. Puede sufrir alteraciones en la inteligencia debido a diferentes experiencias vitales que provocan en él este comportamiento disfuncional. Los agresores poco inteligentes tienden a la mezquindad y al derrotismo. En cuanto al rendimiento escolar, suele fracasar y dirigir su frustración contra los que considera más débiles que él. Normalmente fracasan en la escuela dirigiendo su odio contra los más débiles de manera cruel. Denotan falta de autonomía y niveles bajos de autoestima. Sus experiencias están llenas de fallos, rechazos y falta de habilidad para comportarse en sociedad, por lo que el acoso, le permite tener su lugar dentro del grupo, consiguiendo un cierto estatus entre sus iguales, al menos en la primera etapa educativa. En los años posteriores, se encuentra limitado y no avanza y como consecuencia, empieza a perder poder, no mantiene un ritmo adecuado en los estudios y suele abandonarlos.
  3. El acosador víctima: adopta un rol ambivalente actuando como verdugo en algunas ocasiones y como persona acosada otras. Suele escoger a sus víctimas entre los compañeros más pequeños y mientras que, de manera paralela sufre la violencia de sus iguales o los chicos de mayor edad. También puede suceder que se comporte como perpetrador en el centro educativo y padezca malos tratos en el ámbito familiar.

Por último y, de otra parte, Shephard y Ordoñez (2012), indican que los acosadores se diferencian fundamentalmente por el dominio y abuso de poder y la identificación de la víctima. Por esta razón y, de acuerdo con Sullivan (2005), indican dos clases de agresores:

  1. El acosador o la acosadora. Manifiesta conductas intimidantes, posee una gran capacidad de orden y mando que ejecuta con sus compañeros para alcanzar sus objetivos, aunque no goce de una gran popularidad, además de mostrarse solidario con sus iguales y mantener un talante social adecuado. En paralelo, es habitual que viva situaciones de violencia intrafamiliar.
  2. El acosador o la acosadora víctima. Como se acaba de mencionar, adopta un rol ambivalente actuando como verdugo en algunas ocasiones y como persona acosada otras Su conducta es violenta, vulnera los límites de lo socialmente aceptable mientras que, por el contrario, se muestra vulnerable convirtiéndose el mismo, en blanco de posibles agresiones.

Finalmente, es imprescindible apuntar qué consecuencias se desprenden para estos agresores cuando entran en una relación de acoso (Mynard y Joseph, 1997; Slee y Rigby, 1993):

  • A corto plazo, durante el mismo proceso de bullying, su rendimiento académico disminuye, aumentado así la posibilidad de abandonar de manera anticipada, es posible que debuten síntomas de depresión y crecen las limitaciones para establecer vínculos estrechos de amistad con sus compañeros.
  • A largo plazo, cuando se convierta en un adulto, es probable que desarrolle conductas delictivas y sus niveles de violencia crezcan.

Ámbito laboral

Fue Field (1996), quien tras estudiar en profundidad los comportamientos y rasgos de algunos trabajadores en las organizaciones lanzó por primera vez la siguiente descripción:

  • Mentiroso: en su discurso es habitual encontrar mentiras o modificaciones de la realidad con la intención de dirigir la responsabilidad de los problemas hacia su víctima. Incluso, es capaz y lo hace con naturalidad de distorsionar su propia imagen para proyectar otra que le convenga más.
  • Encantador: se relaciona, en principio, con el resto de sus compañeros, subordinados o superiores de manera afable y fascinante.
  • Escasa confianza en sí mismo: suele ser una persona con un nivel bajo de autoestima, motivo por el cual, para alcanzar un nivel más elevado, genera y mantiene relaciones de mal trato y violencia desde el dominio y el poder.
  • Rencoroso: le gusta mantener el control de las situaciones y, además, si lo considera necesario porque se ha sentido atacado, busca venganza. Suele ser insidioso y persistente con aquel que le resulta molesto.
  • Censor: es un experto en detectar los puntos débiles en los demás y para luego arremeter contra ellos. Sus juicios para con los demás están cargados de malas intenciones.
  • Irascible: detrás de su cara amable, se esconde una personalidad enojadiza y cargada de ira. Es fácil que se moleste por asuntos menores.
  • Falta de autocrítica: la capacidad de juicio con la que mide a los otros individuos es unidireccional, no hay lugar para la autoevaluación. Es más, imputa sus propios errores a su víctima, provocando así el fenómeno del síndrome del chivo expiatorio dentro de la organización.
  • Feroz: la decepción y frustración sobre sí mismo, son emociones que le acompañan con asiduidad, lo que hace que guarde niveles altos de rabia que descarga con violencia en sus relaciones interpersonales en el trabajo.

Más tarde, Piñuel (2003) muestra al acosador laboral con el siguiente patrón:

  1. Persistencia: la forma de relacionarse con su víctima se repite una y otra vez. No son actos aislados. Asimismo, a lo largo de los años de su trayectoria profesional, escoge diferentes blancos entre sus compañeros para someterlos a un proceso de acoso. Incluso, puede mantener en el tiempo más de una y de dos relaciones de agresión y dominio.
  2. Complejo de inferioridad: en este punto el autor coincide con Field (1996) y reitera el bajo nivel de autoestima que posee.
  3. Trastorno de personalidad: aunque hoy en día no se ha encontrado evidencia significativa, no es raro comprobar que el acosador tiene rasgos de personalidad psicopatológicos.

Por otro lado, Castellano y Díaz Franco (2005), encuentran dos modelos que se ajustan a las variables psicológicas perfilando dos arquetipos de personalidad para estos individuos:

  1. Tendencia psicótica: es inteligente, paciente, organizado, y eficaz en la consecución de sus objetivos. Destaca por exhibir una fuerte estabilidad emocional y una alta autoestima. Por consiguiente, cuando entra en un proceso de acoso, apenas se desgasta a nivel personal.
  2. Niveles elevados de neuroticismo: en contraposición al modelo anterior, si se observa su personalidad desde el patrón de la neurosis, se halla cierta coacción de su inteligencia que le obliga a adoptar un papel de inadaptado dentro de la organización. Este rol, se pone de manifiesto por cierto desequilibrio psicoafectivo, reacciones impulsivas, rasgos ansiógenos, escasa autoconfianza, un umbral bajo con lo que respecta a la frustración, impulsividad y desajustes en su respuesta frente a la relevancia de cualquier situación planteada en día a día laboral. El agresor que sigue este prototipo si llega a establecer una relación más íntima con algún compañero, trataré de convertirlo en su próxima víctima.

Según estos mismos autores, el acosador dentro del ámbito de lo laboral utiliza como arma de ataque la violencia psicológica o psicoterror; sus técnicas son el hostigamiento y la comunicación negativa en base a dos tipos de comportamiento: uno directo, haciendo uso de un lenguaje humillante, contradictorio, vejatorio y denigrante, y otro indirecto, en el que la comunicación verbal, el modo de expresarse, se contradice con la corporal, los gestos, para confundir y desorientar a la víctima. Sus actos se dirigen hacia la integridad personal del afectado con el objeto de impedir su desarrollo profesional dentro de la organización. Aun así, y si tiene la necesidad, en ocasiones también ejerce el mal trato físico sobre la víctima.

En este ámbito, no se contempla una propuesta de subcategorías del agresor según las variables psicológicas que reúne puesto que el propio organigrama de la empresa impone su clasificación.

Las consecuencias fundamentales para el agresor suelen ser positivas, al verse la víctima abocada a una rescisión de su contrato o a al abandono voluntario de su puesto de trabajo, dejando “el camino libre” a este para alcanzar un ascenso, algún otro tipo de incentivo, etc. (Martínez León at al., 2012).

2. CONCLUSIONES

Tras comparar de manera exhaustiva las descripciones elaboradas por los diferentes autores presentados en este trabajo, se puede concluir que:

  1. En cuanto al aspecto psicológico del agresor, no existe un único modelo bien definido al que se puedan ajustar todas las tipologías. Sin embargo, sí se aprecian ciertas características comunes sea cual sea el origen y la motivación que los lleva a acometer un proceso de acoso.
  2. En primer lugar, las variables personales, emociones y sentimientos manifiestas de manera general y en orden de mayor presencia en estas personas son: agresividad, hostilidad e ira, inestabilidad emocional, carencia de empatía, ausencia de culpa, satisfacción con el sufrimiento ajeno, baja autoestima, por tanto, complejo de inferioridad, necesidad de control, venganza, envidia, escasa tolerancia a la frustración e impulsividad.En segundo lugar, en cuanto a patrones de conducta, manifiestan: dificultad para establecer y mantener vínculos afectivos estrechos, es decir, conductas antisociales, evitación de la responsabilidad y falta de autocrítica.En tercer lugar, las estrategias más utilizadas a la hora de agredir por todos ellos son: uso del maltrato, manipulación, seducción, manejo de la mentira y abuso de poder.
  3. Respecto a la existencia de síndromes psicopatológicos precedentes o consecuentes asociados al perfil del agresor, se evidencia una relación significativa con ciertos trastornos del estado del ánimo y de la personalidad; en concreto, con una marcada tendencia al psicoticismo y con niveles altos de neuroticismo. Por consiguiente, se puede afirmar que los sujetos que adoptan el rol de perpetradores en una relación de acoso tienen altas probabilidades de sufrir algún tipo de enfermedad mental.
  4. En referencia a si hay diferencias entre los perfiles psicológicos del agresor según el ámbito donde se desarrolla una relación de acoso, hasta la fecha no hay evidencia suficiente sobre que sea, de manera exclusiva, una cuestión personal del individuo. Por consiguiente, a pesar de compartir ciertos rasgos psíquicos, se confirma que el contexto influye en el modo y forma de actuación contra la víctima. En este punto, conviene recordar, que en la literatura científica se han encontrado factores asociados a la agresividad del acosador en los diferentes contextos:
  • En el ámbito familiar, que sufra o no algún tipo de desorden mental sumado a la urdimbre de afectos intrafamiliares junto con el vínculo afectivo que una a la persona agredida con su perpetrador modulará la intensidad con la que se ejerza la violencia.
  • En el escolar, las variables personales del menor no sólo serán determinantes para practicar una violencia más o menos activa contra el compañero objeto de su interés, sino que también su estatus en el grupo tendrá un fuerte impacto en la gravedad de sus actos.
  • Y, por último, en la esfera de lo laboral, las características de la empresa y el rol que ocupen en la escala jerárquica harán que se genere un tipo u otro de acoso.

De otro lado, al comparar estas conclusiones con los resultados obtenidos en los últimos estudios presentados cuyo propósito es, entre otros, determinar las causas del maltrato relacionado con adicciones en un contexto familiar (Expósito et al., 2021) bien detectar las variables que articulan el acoso laboral (Dujo, 2021) o bien, analizar la conducta de los agresores en función de sus capacidades ejecutivas (Vázquez-Mirá et al., 2021), se encuentra  evidencia suficiente como para aseverar que no sólo el sujeto con sus características personales modula el proceso de acoso, sino que el ámbito donde se produzca, hará que la acción y el grado del proceso de acoso, se manifestará de una forma u otra.

3. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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